lunes, 18 de junio de 2012

El hombre ha sido a través de los milenios un nómade de ideas, sujeto a la tiranía de la mente que lo lleva de un impulso a otro sin más.
Saltando de una creencia a otra, ignorante espiritual, despojado del brillo del ser. Así nacieron grandes industrias, como la de la guerra.
¿No es paradójico hablar de "guerras santas" de "pelear en nombre de Dios"?. ¿Es eso lo que Dios espera?
Grandes y pequeñas corrientes filosóficas de pensamiento a través de la historia han procurado enseñar el camino, pero la pregunta sería ¿puede alguien enseñarnos el camino?.
Tenemos pereza espiritual, así como en ocasiones nos quedamos sumergidos en situaciones dolorosas por comodidad, porque es más fácil permanecer quietos que hacernos cargo, también en nuestra alma dejamos crecer la planta de la desidia, y cuando decidimos hacer algo buscamos afuera, creyendo que un nuevo Redentor nos vendrá a salvar.
La noticia mala es que nadie puede salvarte, la buena es que el único/a que puede hacerlo sos vos mismo/a.
Dios, el Universo,  el hombre y su Destino, que suele ser más grande de lo que éste imagina, porque el destino tiene que ver con la luz, y es a partir de la conexión con esa luz que crecemos, avanzamos, evolucionamos.
Las explicaciones superiores sobre el hombre, su origen y destino está delimitada a aquellas mentes preparadas y capacitadas para comprenderlas. La travesía personal hacia el propio centro en cambio es para todos aquellos que se arriesguen a descubrirlo.
La concepción de Dios puede ser ilimitada, tantas religiones intentan enseñarlo en modos diferentes, el contorno de Dios es infinito y permite tantas y variadas versiones de Sí Mismo.
Sin embargo, Dios es Uno, único, y tan amplio y generoso que nos permite jugar como niños creyendo que tenemos al "Dios verdadero" como cabecera de nuestra vida. Inabarcable silueta cósmica eterna y omnipresente.
Somos parte de esa gran estructura llamada Dios, pequeñas partículas diseminadas por el Universo aguardando regresar a la Fuente, hagámonos conscientes de esto incorporando el espíritu a la vida cotidiana, trabajando, estudiando, amando y comprometiéndonos desde el alma, con la visión clara puesta en la Luz.
Y el devenir de la vida nos mostrará la gran diferencia abriendo nuestros corazones.

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